Los resultados de las elecciones del 21N, sobre todo la derrota de Argenis Chávez en el estado Barinas, mostraron un PSUV sin apoyo popular. Una realidad que deja en entredicho el liderazgo de Nicolás Maduro para mantener vigente la “revolución bolivariana” y que, además, compromete el apoyo al régimen castrista ante la amenaza que representa la posible salida constitucional del heredero de Chávez el próximo año.

Este fue el verdadero motivo del sorpresivo viaje de Maduro a Cuba el 25 de noviembre.

Era indispensable evaluar la condiciones objetivas y subjetivas de la derrota del 21N y el futuro de “las dos revoluciones”. No olvidemos que la nomenklatura cubana necesita seguir chupando los bienes de Venezuela para continuar en el poder que han mantenido durante 62 años.

Los hechos demuestran que el Partido Comunista Cubano decidió redoblar la apuesta por Maduro al frente de la corporación criminal que controla Miraflores para que garantice el envío de los barriles de petróleo y productos refinados a la isla.

Lo primero que hizo a su regreso de Cuba fue atacar a la Misión de Observadores Electorales de la Unión Europea, que señaló en su informe preliminar “la falta de independencia judicial, la no adherencia al Estado de Derecho y que algunas leyes afectaron la igualdad de condiciones, el equilibrio y la transparencia de las elecciones”.

“No eran veedores internacionales. ¡Espías de la Unión Europea! (...) Vinieron a espiar el proceso venezolano y a buscar un solo elemento para agrandarlo, multiplicarlo y tratar de manchar”, alegó Maduro, “el cachorro de Cuba”. Y es que no se puede poner en duda la épica de las supuestas 29 victorias electorales en 2 décadas. Hay que mantenerla viva en la conciencia colectiva venezolana. Luego expulsó a los miembros de la delegación de la Unión Europea que quedaban en el país y tenían previsto marcharse en los siguientes 7 días, para que no estuvieran cuando ocurriera la triquiñuela en el estado natal de Chávez.

La recomendación cubana es clara. Elecciones en una tiranía ─necesarias después de la caída del muro de Berlín en 1989─ no permiten observadores electorales independientes que amenacen su estabilidad. El ejemplo más reciente fue la elección presidencial en Nicaragua. Ortega puso presos a los contendores que amenazaban su reelección sin consecuencias reales y repercusiones graves para su régimen.

La segunda acción fue culpar a los gobernadores y alcaldes de los resultados negativos de la votación del 21N. Maduro no puede asumir las consecuencias de su terrible gestión durante los últimos 8 años. La destrucción del aparato productivo, los servicios públicos y la industria petrolera, la hiperinflación, el crecimiento de la pobreza, todo ha sido obra de los otros y no del heredero de Chávez y compañía. Esta es la razón por la que calificó a gobernadores, alcaldes y ministros “rojos rojitos” de “ineficientes” y “corruptos”, “de ser peores para Venezuela que las sanciones de Estados Unidos”.

Maduro necesita estar por encima de los malos resultados de la revolución bolivariana: “Han dejado de escuchar al pueblo y solo salen cuando vienen las elecciones para buscar los votos”. Pero esto lo dice alguien que se aisló por temor a las Fuerzas Armadas, que no asistió a ninguno de los actos importantes para la celebración de los 200 años de la Batalla de Carabobo y que apenas empieza a salir para estar presente en la juramentación de algunas autoridades regionales, unos actos que le permiten ver aún en escena el fenómeno masivo de adulación y obediencia.

Es la otra estrategia para mantener a Maduro perpetuamente en el poder: el culto a su personalidad.

Para los cubanos es la hora de trascender al “comandante supremo” sustituyéndolo por Superbigote.

La devoción de Diosdado Cabello llega a mimetizarlo con la figura del PSUV. “El candidato a las nuevas elecciones en Barinas será designado por Nicolás Maduro”, le respondió a Argenis Chávez ante una observación sobre su renuncia a la gobernación y candidatura. En consecuencia, Maduro eligió a Jorge Arreaza, quien fue yerno del “comandante supremo”, para ocupar la gobernación que los Chávez mantenían desde hace 20 años.

En la ideología apelan al superhéroe con el personaje de Superbigote que salva a Venezuela de Estados Unidos. Su atributo sobrenatural es la mano de hierro. Lo asemejan al hombre de acero cuyo arquetipo, por cierto, es de derecha; en la política estadounidense se asocia a los republicanos.

Este superhéroe intenta reconstruir la conexión de Maduro con la imagen de “presidente del pueblo” que quedó cuestionada después del 21N.

En conclusión, el heredero de Chávez buscará su segunda reelección en 2024. Será al mejor estilo de Ortega en Nicaragua. Escogerá a su oponente e inhabilitará a todo aquel que represente una amenaza, como está actualmente ocurriendo con la elección del gobernador en Barinas.

El proyecto hegemónico descansará en el culto a su personalidad y en un Estado orwelliano con la garantía de que sus aliados Rusia y China detendrán cualquier intención de los gobiernos democráticos de Estados Unidos y Reino Unido de actuar en su contra en el Consejo de Seguridad de la ONU.

Por último, la propuesta de la isla está en pleno desarrollo. El Partido Comunista Cubano no acepta atravesar por otra situación crítica, como la que ocurrió con la caída de la Unión Soviética hace 30 años, porque pondría en un alto riesgo la estabilidad de la revolución.

Cuba intenta sostener a Maduro a como dé lugar ante la pérdida del apoyo popular.



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