Los eventos de la supuesta incursión naval de militares y policías rebeldes venezolanos y dos miembros de la empresa estadounidense Silvercorp, conocida como la Operación Gedeón, terminaron con la orden de captura internacional contra los venezolanos Juan José Rendón y Sergio Vergara, así como contra el estadounidense Jordan Goudreau, acusados de supuesto delito de tráfico ilícito de armas, de conspiración y asociación para delinquir.

Todos se encuentran fuera del país, por lo que Maduro se queda con las manos vacías al no poder culpar como autor intelectual de la operación al presidente de la Asamblea Nacional e interino de Venezuela, Juan Guaidó.

La puesta en escena de los hechos transcurridos el pasado 3 y 4 de mayo fue para sacar del escenario político a Juan Guaidó, que tiene el reconocimiento como jefe del Estado encargado de Venezuela por más de 50 países, entre los que se encuentran Estados Unidos, el Reino Unido, Holanda, Colombia y Brasil –naciones geopolíticamente determinantes para la seguridad del régimen de Maduro–.

El ala extrema del chavismo, Diosdado Cabello y su entorno, desempeñaron el rol primordial de la contraofensiva para neutralizar el asalto, con la “furia bolivariana”. Asumieron la dirección de la “defensa de la nación” con los pescadores del lugar.

El libreto era dejar claro que el imperio estadounidense, Donald Trump, y Guaidó estaban involucrados en una “invasión a Venezuela”. El primero de forma pasiva y el segundo como autor intelectual. Sin embargo, en el transcurso de los días y los testimonios de los detenidos de la Operación Gedeón demostraron lo contrario. Ni Guaidó ni Trump dieron la orden, ni estaban al tanto de lo que ocurrió en las costas venezolanas. Más bien parece que todo fue motivado por quien infiltró el movimiento. “Algunas reuniones las hicieron porque nosotros dimos la logística”, reveló Cabello en su programa de televisión Con el mazo dando.

Esta acción tiene elementos similares a otras operaciones del pasado, en la que el régimen ha provocado situaciones controladas para cambiar el juego, asegurando un resultado desfavorable para la oposición, porque lo ocurrido en las costas de Venezuela el 3 y 4 de mayo no se diferencia de la práctica común de la siembra de pruebas para imputar a un opositor que desea sacar del juego. En esta ocasión el medio fue la “incursión mercenaria” en contra del Estado.

Diosdado Cabello arriesgó todo –apostó all in– en contra de Guaidó para sacarlo del juego político. Quiere salir de él –no sabe cuántos asesores y familiares más encarcelar para debilitarlo–. Además, la operación le permitía tantear al gobierno de Trump, si realmente está decidido a usar la fuerza en contra del régimen chavista en una eventual inhabilitación de Guaidó o es puro bluff. Sabe que mientras exista un presidente encargado de Venezuela, la legitimidad de Maduro está cuestionada y, por ende, la estabilidad de las fuerzas que lo mantienen en Miraflores y la suya propia.

Sin embargo, Maduro hace caso omiso a la presión del ala radical del chavismo que quiere la cabeza de Guaidó. Le pasó la “papa caliente” al fiscal general de su régimen, Tarek William Saab, cuando en la rueda de prensa virtual con periodistas extranjeros el miércoles de la semana pasada indicó que será el también defensor del pueblo quien “ofrezca los detalles del proceso [judicial]”, como si en Venezuela existiera división de poderes. Entiende que arremeter contra el presidente interino sin los elementos probatorios para acusarlo de ser el autor intelectual del delito de “conspiración y asociación para delinquir” trae el riesgo de una intervención en Venezuela por parte de los países que lo reconocen. Sobre todo, de Estados Unidos, que hasta ahora ha evitado emplear la opción de la fuerza. Aunque, Donald Trump ha dicho a su círculo interno que al final la ruta militar será la solución.

Cuba tampoco quiere arriesgarse, pues si cae el chavismo la isla entraría en un período especial peor que el de los años noventa. Así que mantiene el statu quo de Guaidó y Maduro para seguir recibiendo los envíos de petróleo y combustibles, a pesar de las sanciones de Estados Unidos a la exportación de crudo y productos refinados en Venezuela, anunciadas en septiembre de 2019.

Ante los señalamientos de Diosdado, el presidente interino retó a Maduro a detenerlo en una manifestación de frustración este sábado. Pero el escogido por los Castro para suceder a Chávez lo mantiene en libertad, por ahora. Juega a la derrota de Trump en la elección presidencial de noviembre para sacarlo del camino y seguir controlando Venezuela, porque la propuesta del marco para la transición democrática no favorece a Cuba. Mientras tanto, el hombre del mazo tendrá que aguantarse a Guaidó. Esta vez, por lo visto, no le funcionó la puesta en escena de Vargas y Aragua.



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