En Occidente todas las voces claman por una respuesta coordinada entre los gobiernos a la crisis de salud e impacto económico producidos por la pandemia del covid-19. Sostienen, los defensores de esta tesis, que el problema es global y la solución también.

Más de 80 líderes mundiales manifestaron, en una carta dirigida al G-20, estar de acuerdo con que “la emergencia económica no se resolverá hasta que la emergencia de salud se aborde de manera efectiva: la emergencia de salud no terminará simplemente conquistando la enfermedad en un solo país, sino garantizando la recuperación de covid-19 en todos los países”. Para ello, proponen que se requieren 8.000 millones de dólares para satisfacer las necesidades inmediatas del sistema de salud mundial. Así como los 35.000 millones de dólares solicitados por la Organización Mundial de la Salud, para apoyar a los países con sistemas de salud más débiles y poblaciones especialmente vulnerables (África, Asia y América Latina), con el fin de proveer suministros médicos vitales, apoyar salarialmente la fuerza laboral, fortalecer la resiliencia y capacidad sanitaria a nivel nacional.

Por otro lado, los gobiernos de las grandes potencias han tomado una solución individual para proteger sus economías de los estragos de la pandemia covid-19. Cada uno ha recurrido a medidas fiscales para evitar el colapso total. De alguna manera similar a lo que ocurrió en la crisis financiera global de 2008-2010 de las hipotecas subprime. Los bancos centrales optaron por flexibilizar la política monetaria inyectando liquidez y actuaron sobre las tasas de interés, disminuyéndolas. En esa ocasión, los gobiernos también buscaron proteger la economía, resguardando la solvencia de los hogares más frágiles y la posición financiera de los bancos y casas de bolsa.



En esta ocasión, los ocho países que representan cerca de dos tercios de la economía mundial han inyectado 6,6 billones de dólares con el objetivo de apuntalar a las empresas, preservar los empleos y proporcionar ingresos a los consumidores que actualmente no tienen trabajo o no reciben un sueldo.

Esta estrategia de producir dinero y crédito es fondeada fundamentalmente por Estados Unidos y Europa (78%) que va a arrojar una gran deuda y monetización. Las economías emergentes van a tener huecos fiscales porque no tienen la capacidad para producir ese dinero, aunque el FMI ha anunciado disponer de 1 billón para auxiliar a estos países porque enfrentarán niveles elevados de deuda, quiebras, desempleo y aumento de la desigualdad cuando la pandemia del covid-19 disminuya.

Un estimado global del impacto total de pérdidas lo ubica en 20 billones de dólares. Hasta ahora, el FMI calcula que la pérdida acumulada del PIB mundial durante 2020 y 2021 por la pandemia podría estar en 9 billones de dólares, superior a las economías de Japón y Alemania, combinadas.

Este gran choque traerá consecuencias en el orden mundial actual si no se toman medidas para salvaguardar la globalización –proceso originado en la civilización occidental–. Los gobiernos deben ser parte interesada y responsables del manejo de situaciones internas que generen impacto a nivel global.

En noviembre de 2002, el Partido Comunista de China tuvo que manejar un brote de coronavirus, SARS-CoV. En esta ocasión, la epidemia empezó en la provincia de Guangdong. Las autoridades comunistas tomaron algunas medidas para controlarlo sin informar a la Organización Mundial de la Salud sobre el brote hasta febrero de 2003. Esta falta de comunicación provocó retrasos en los esfuerzos para controlar la epidemia. Cuando la OMS tomó medidas, ya se habían producido más de 500 muertes y 2.000 casos nuevos en todo el mundo. Al final de la epidemia, en junio de 2003, la incidencia fue de 8.422 casos con una tasa de letalidad de 11% a nivel global. Esto provocó críticas internacionales a la República Popular de China. En esa oportunidad el Partido Comunista se disculpó oficialmente por la lentitud en el tratamiento de la epidemia de SARS-CoV. El impacto solo fue de 774 vidas en todo el mundo.

En noviembre de 2019, el Partido Comunista de China volvió a manejar un brote de coronavirus, covid-19. Ahora fue en Wuhan. Inicialmente, la falta de transparencia del gobierno de Xi Xinping impidió acciones rápidas que podrían haber contenido el virus. En Wuhan, el epicentro del brote, los funcionarios chinos inicialmente castigaron a los ciudadanos por “difundir rumores” sobre la enfermedad. Además, imposibilitó a los equipos de expertos visitantes de otras partes de China hablar libremente con los médicos en las salas de enfermedades infecciosas “No nos dijeron la verdad”, dijo un miembro del equipo sobre las autoridades locales.

En este sentido, los organismos multilaterales e internacionales, surgidos para proteger la civilización occidental: el FMI y el Banco Mundial en 1944, la ONU en 1945 y la OMS en 1948, deberían exigir a China mayor responsabilidad con el mundo globalizado y compromiso con la seguridad, justicia y ética. Lo de 2002 no tuvo mayores consecuencias, fue la primera vez y siempre hay una primera vez, pero lo de Wuhan no se puede permitir que vuelva a ocurrir.

Los 20 billones de dólares de pérdidas deberían ser cancelados por China. Con ese nuevo dinero/crédito sin pandemia, las economías hubiesen logrado dar un salto cuántico en el crecimiento del PIB nunca visto, estableciendo un nuevo orden como sucedió en el período 1930-1945. Eso sin contar que las 175.438 muertes que se habían registrado hasta ayer en la tarde no habrían ocurrido.

Visto todo esto, la pandemia del covid-19 plantea a los países industrializados y a las grandes empresas revisar si seguirán considerando a China parte de la globalización.



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